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  • andrewsaintjoseph

ENTRADAS 1 DE ENERO DE 1987 (20)

01-01-1987: Bueno es agradecer cuanto se recibe de quienes nos enseñan. No debemos olvidar nunca las sencillas experiencias que motivan la continuada reflexión filosófica. Durante siglos estas experiencias sencillas han educado al hombre, y hoy siguen vigentes. La admiración no es sustituible por la duda. Por ejemplo: uno pone agua en la cazuela, y enciende el fuego; y ve cómo el fuego calienta el agua hasta que desaparece el agua y aparece el aire. Esta sencilla experiencia cotidiana mueve a la inteligencia a preguntar y responder. Vivir este acontecimiento despierta a la inteligencia. Enfrentada a la evidencia del cambio, la inteligencia responde, por ejemplo, con la doctrina aristotélica del cambio. La inteligencia, despierta e interpelada, dice lo que entiende; y así, cuando se enfrenta a la evidencia del cambio, dice la doctrina hylemórfica, la doctrina de la materia-privación y de la forma; y con ella, también dice la doctrina de la sustancia y el accidente, del acto y de la potencia. Y, todavía hoy, la realidad sigue interpelando, llamando a las puertas de la inteligencia, para que no se duerma. El hombre, muchas veces, aspira a acomodarse, ya sea en la fortuna o en la herencia recibida. La inteligencia podría adormecerse, conformarse con la repetición casi automática de la doctrina aristotélica. Este adormecerse de la inteligencia no es responsabilidad de Aristóteles, sino del que se adormece. Y para que yo no me adormezca, la realidad de eso real me sigue interpelando, me aguijonea para que pregunte: experienciar eso real aguijonea mi inteligencia para que no sólo experiencie, sino para que busque decir y amar. Entender es el desafío que mueve a mi inteligencia a penetrar en las entrañas de eso real. Esto mismo debió sucederle también a Santo Tomás de Aquino: seguía preguntándose, seguía admirándose, y seguía buscando. Y su búsqueda nos facilitó una nueva inteligencia que no despreciaba, sino que revalorizaba. La inteligencia crece, y profundiza. La pregunta por eso real se hizo más profunda, y la inteligencia respondió con la distinción real entre la esencia y el acto de ser. Se completa la respuesta para enriquecerla. Así, la herencia recibida es profundizada. Eso real sigue siendo motivador que desafía al inteligente. Y el desafío solicita una respuesta que se logra decir si se confía en la verdad. La realidad de eso real sigue, pues, interpelando, aguijoneando, retando, moviendo a la inteligencia para que entienda,… Y esto mismo debe sucederme a mí si quiero, como San Agustín, sentir la inquietud de buscar. No se trata de buscar a ciegas; se trata de buscar confiando en la verdad. La experiencia cotidiana del cambio permite buscar hasta decir bien la explicación inteligente que el inteligente ofrece acerca de esta experiencia cotidiana; y esta explicación se encuentra con la realidad de eso real, y la realidad siempre pone a prueba esta explicación. Para el hombre de tiempos ya pasados, el agua se convierte en aire. Bien. No se profundiza por dudar, sino por preguntar. Con la admiración se despierta la inteligencia para que, a su tiempo, pregunte. Y así, preguntar es acto del inteligente que manifiesta la inteligencia del inteligente. Preguntar es muy saludable para la inteligencia. Preguntar revela, pues, que el inteligente ya ha entendido algo sobre eso real, por lo menos que eso real es real. Por esto, también hoy nos interesa preguntar a la herencia recibida, no para ponerla en duda, no para dudar de la herencia, sino para que la herencia sea entendida mejor para poderla entregar como el legado que alimenta a la inteligencia. Hoy sabemos que el agua no viene ni del oxígeno ni del hidrógeno. ¿Puede decirse que el oxígeno es potencialmente agua? Esta forma de hablar se manifiesta inteligente porque es inteligente; y también se manifiesta insuficiente, puesto que el agua es una novedad, tan novedad que no se encuentra ni potencialmente en el oxígeno ni potencialmente en el hidrógeno. El agua es totalmente nueva respecto del oxígeno y del hidrógeno. El oxígeno no anticipa necesariamente el agua, y el hidrógeno tampoco. En el agua, todo es nuevo: todo en el agua está novedosamente definido por el agua. El agua es la novedad que no se explica solamente por el hidrógeno ni solamente por el oxígeno, ni tan siquiera por la simple suma del oxígeno y el hidrógeno. El agua me introduce, así, en el misterio de su novedad. La realidad del agua me introduce en el misterio de su ser, no sólo en el físico lo que es el agua. Por más que el hidrógeno y el oxígeno procuren cuanto procuren, el agua es, en su ser y en su físico lo que es, novedad. Si solamente existiera el hidrógeno, el hombre no podría afirmar en ningún caso la existencia del agua, ni tan siquiera como potencialmente anticipada en el hidrógeno. El hidrógeno es lo que es en cuyo físico lo que es se funda que tiene potencia para. Que un ente sea otro ente en potencia no es suficiente para que sea el nuevo ente desde el ente que es potencialmente otro ente. Esto ya lo decía Aristóteles. Por esto, no hay cambio solamente porque el ente móvil sea compuesto de acto y potencia, sino que se exige que haya un agente del cambio (véase las cuatro causas del cambio). Afirmar la potencia sustenta en la verdad de un ente no cancela el misterio del ente que es novedad respecto del ente que posee en sí tal o cual potencia. A lo más podría decir que el hidrógeno tiene potencial para… El hidrógeno se presenta ante el hombre en su realidad y en su misterio. El hombre, interpelado por la realidad de eso real, no puede por menos que volver a intentar entender. Y este entender de nuevo busca profundizar precisamente porque eso real sigue aguijoneando a la inteligencia. Este nuevo intento por entender no debe consistir en perder lo ganado, sino en renovar lo ganado. Eso real, en su verdad, sigue ofreciéndose para que el inteligente entienda. No es fácil. Más todavía cuando se trata, por ejemplo, de decir que el agua, ínsita en la realidad del hombre, queda humanada. Mi naturaleza no sólo gobierna la ingesta del agua, sino que gobierna el agua para que yo me humanice humano. El hombre, que también es agua, no queda sometido al agua, sino que humaniza al agua para que el agua le permita vivir en su verdad de hombre. El agua es incorporada a la verdad del hombre para que el hombre se evidencia hombre. El hombre es nuevamente, otra vez más, interpelado por la realidad de eso real. La naturaleza humana me permite el gobierno inteligente y voluntario y libre de mis acciones, y también permite señorear el agua que es incorporada por la ingesta, de modo que el agua también se pone al servicio de la humanización del hombre.

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